Recuerdo aquellas épicas transmisiones de fútbol a través de la radio, donde los locutores con toda la emoción que deparaba el inicio de una nueva entrega, expresaban:......"Del torneo de Primera División que Organiza La Asociación del Fútbol Argentino”. Así vienen a mi mente las voces de Rafael Díaz Gallardo, Leopoldo Costa, Ricardo Jurado, Rafael Monzón, Jorge Fontana, Orlando Ferreyro, Roberto Díaz Oromí y tantos nombres que dieron fuste a las tradicionales tertulias “domingueras”. Eran los torneos que organizaba la AFA, claro.
Este recuerdo viene a cuento en estos días en los que se debate el futuro del más popular de los deportes en el país. Aquel latiguillo inapelable sobre la responsabilidad de la organización de los torneos sucumbió definitivamente, ya es cosa del pasado. A partir de 1991, año en el que la AFA anotició a los clubes afiliados y a las ligas del interior de un convenio con una empresa que aportaría dinero a cambio de la exclusividad de las transmisiones televisivas, y los beneficios que ésto conllevaría a los clubes, los representantes de éstos -sin conocer en absoluto de qué se trataba- consintieron el obsequio que, perdido entre otros temas menores, les anticipaba en el Orden del Día el Secretario de la Entidad, en reunión del Comité Ejecutivo. Si bien el séquito de acólitos del Presidente de la Entidad conocía el tema, los menos cercanos se enteraron recién ahí de la gran sorpresa que les tenía Don Julio, para sanear los déficit de las instituciones. Entre aplausos, besos y la unanimidad de los presentes en el salón de reuniones del tercer piso de la calle Viamonte, fueron pocos los detalles del contrato que se dieron a conocer, ésto era ya un hecho consumado. Algunos, quizá los más atrevidos o los que aún no conocían cómo funcionaba este cuerpo colegiado, tímidamente se animaron a preguntar "¿cómo se repartiría el dinero?".
Este recuerdo viene a cuento en estos días en los que se debate el futuro del más popular de los deportes en el país. Aquel latiguillo inapelable sobre la responsabilidad de la organización de los torneos sucumbió definitivamente, ya es cosa del pasado. A partir de 1991, año en el que la AFA anotició a los clubes afiliados y a las ligas del interior de un convenio con una empresa que aportaría dinero a cambio de la exclusividad de las transmisiones televisivas, y los beneficios que ésto conllevaría a los clubes, los representantes de éstos -sin conocer en absoluto de qué se trataba- consintieron el obsequio que, perdido entre otros temas menores, les anticipaba en el Orden del Día el Secretario de la Entidad, en reunión del Comité Ejecutivo. Si bien el séquito de acólitos del Presidente de la Entidad conocía el tema, los menos cercanos se enteraron recién ahí de la gran sorpresa que les tenía Don Julio, para sanear los déficit de las instituciones. Entre aplausos, besos y la unanimidad de los presentes en el salón de reuniones del tercer piso de la calle Viamonte, fueron pocos los detalles del contrato que se dieron a conocer, ésto era ya un hecho consumado. Algunos, quizá los más atrevidos o los que aún no conocían cómo funcionaba este cuerpo colegiado, tímidamente se animaron a preguntar "¿cómo se repartiría el dinero?".
Cuando se conocieron los porcentajes, resultó ser que los clubes chicos (por ese entonces vilmente despreciados, básicamente por el vicepresidente de Boca, recientemente ungido Diputado Nacional) eran los menos beneficiados en el reparto de la torta. Esto motivó después de varias reuniones llegar a un acuerdo medianamente satisfactorio. Todos felices, aún sin haber visto ni el color del papel en que se había formalizado tamaño compromiso contractual. Se esbozó únicamente, como para tranquilizar a ciertos sectores, que se televisarían partidos únicamente los viernes, sábados y lunes por la noche, más el compendio de cada fecha en el ciclo Fútbol de Primera. El máximo jerarca de entonces, es decir el de siempre, garantizó que no se televisarían en los horarios y días tradicionales en que se disputaban los distintos torneos (sábados y domingos por la tarde), aún en el interior, ya que si se televisaba un partido en directo un domingo por la tarde, se perjudicaría a las respectivas ligas representadas por el Consejo Federal del territorio nacional. Hasta aquí, todo correcto.
En estos tiempos, el crecimiento indiscriminado de las radios truchas motivó que se sugiriera además, que únicamente podrían realizar transmisiones aquellas que contaran con el aval del COMFER, en salvaguarda de las emisoras constituidas legalmente.
Pasaron los años y lentamente, la cosa se fue desvirtuando groseramente. Ya todo lo concebido en aquella noche de manos restregadas y sonrisas estridentes se fue diluyendo y a cambio del ingreso económico salvador (con anticipos gestados para "apagar incendios" por el siempre benévolo Don Julio), los dirigentes debieron privarse de opinar y más aún de preguntar dónde había quedado aquel respeto por los campeonatos, las ligas, el público, la ética y el fútbol. Hoy se llegó al extremo de que el hincha no sabe ni el lugar, ni el día ni el horario en que juega su equipo.
Todo fue modificado a cambio de dinero, el toma y daca hacía imposible contrarrestar las decisiones personalistas de la cúpula.
En estos tiempos, el crecimiento indiscriminado de las radios truchas motivó que se sugiriera además, que únicamente podrían realizar transmisiones aquellas que contaran con el aval del COMFER, en salvaguarda de las emisoras constituidas legalmente.
Pasaron los años y lentamente, la cosa se fue desvirtuando groseramente. Ya todo lo concebido en aquella noche de manos restregadas y sonrisas estridentes se fue diluyendo y a cambio del ingreso económico salvador (con anticipos gestados para "apagar incendios" por el siempre benévolo Don Julio), los dirigentes debieron privarse de opinar y más aún de preguntar dónde había quedado aquel respeto por los campeonatos, las ligas, el público, la ética y el fútbol. Hoy se llegó al extremo de que el hincha no sabe ni el lugar, ni el día ni el horario en que juega su equipo.
Todo fue modificado a cambio de dinero, el toma y daca hacía imposible contrarrestar las decisiones personalistas de la cúpula.
A comienzos del nuevo siglo fue decreciendo el rol que le cupo desde su fundación a la Entidad que agrupa a los clubes de fútbol. Ya los torneos dejaban definitivamente de ser organizados por la A.F.A., sino por la TELEVISIÓN. La entidad madre del fútbol argentino cedió todo: fechas, fixtures, horarios, escenarios, localías, etc.
Las radios, que tradicionalmente transmitían sin permiso alguno cualquier torneo donde participara nuestra Selección, debieron sucumbir ante aquellos que ya decididamente se habían apropiado de nuestro fútbol. Los cánones solicitados hicieron imposible la libre competencia, y ya no eran las de mayor predicamento, sino una o dos las que se hacían de las exclusividades abusivas en sus costos para el resto.
También las radios fueron presa de tantos despropósitos, al extremo de que dos canales hacían una especie de radio show transmitiendo sin imagen los clásicos de cada fecha, en detrimento de las perfectas transmisiones a cargo de verdaderos profesionales.
Esta triste realidad de la que hoy abruptamente se arrepiente Don Julio, ha generado además, un irreverente sentido del ejercicio del periodismo. ¿Qué dirían hoy Fioravanti, Arostegui, Muñoz, Ardigó, Panzeri, Borocotto y tantos otros, al ver a esta comparsa de pretendidos periodistas, que sin escrúpulo alguno han tomado los medios como un juego para ellos, con irreverencias, falta de conocimientos históricos, groseros y generadores solapados de violencia?
Tanta farsa, tanta mentira, tanto "sí, Julio" han destruido la esencia del mayor espectáculo popular no sólo en una cancha, sino en cada tarde de sábado o domingo, cuando las emisiones radiales como parlante cubrían la máxima expresión de la gran fiesta del fútbol en todo el país.
Se cierra un ciclo es cierto, pero nada cambiará mientras el mal manejo del dinero de los dirigentes en sus clubes, más la obcecada pasión del hincha que prefiere el campeonato deportivo antes que el institucional, los obliguen a callar y apoyar todo cuanto impunemente digite Don Julio a cambio de la dádiva, que sólo servirá para apoltronarlo aún más en su sillón de la calle Viamonte, sólo que ahora con nuevos socios.
Las radios, que tradicionalmente transmitían sin permiso alguno cualquier torneo donde participara nuestra Selección, debieron sucumbir ante aquellos que ya decididamente se habían apropiado de nuestro fútbol. Los cánones solicitados hicieron imposible la libre competencia, y ya no eran las de mayor predicamento, sino una o dos las que se hacían de las exclusividades abusivas en sus costos para el resto.
También las radios fueron presa de tantos despropósitos, al extremo de que dos canales hacían una especie de radio show transmitiendo sin imagen los clásicos de cada fecha, en detrimento de las perfectas transmisiones a cargo de verdaderos profesionales.
Esta triste realidad de la que hoy abruptamente se arrepiente Don Julio, ha generado además, un irreverente sentido del ejercicio del periodismo. ¿Qué dirían hoy Fioravanti, Arostegui, Muñoz, Ardigó, Panzeri, Borocotto y tantos otros, al ver a esta comparsa de pretendidos periodistas, que sin escrúpulo alguno han tomado los medios como un juego para ellos, con irreverencias, falta de conocimientos históricos, groseros y generadores solapados de violencia?
Tanta farsa, tanta mentira, tanto "sí, Julio" han destruido la esencia del mayor espectáculo popular no sólo en una cancha, sino en cada tarde de sábado o domingo, cuando las emisiones radiales como parlante cubrían la máxima expresión de la gran fiesta del fútbol en todo el país.
Se cierra un ciclo es cierto, pero nada cambiará mientras el mal manejo del dinero de los dirigentes en sus clubes, más la obcecada pasión del hincha que prefiere el campeonato deportivo antes que el institucional, los obliguen a callar y apoyar todo cuanto impunemente digite Don Julio a cambio de la dádiva, que sólo servirá para apoltronarlo aún más en su sillón de la calle Viamonte, sólo que ahora con nuevos socios.