¿Los ves? Bien te comento, estos señores y muchos más, todos locutores de fuste, hicieron radio por vocación y utilizando el elemento único con el que pueden llegar al oyente, la palabra.
Y en radio, el uso de la palabra es la herramienta con que se trabaja para lograr un buen producto, una buena realización. Así como un escultor necesita de buenas gubias y espátulas para concretar su obra, quienes enfrentan un micrófono deben hacer un buen uso de su voz, voz que emite palabras, palabras que hacen al vocabulario.
Y me pregunto ¿cómo hicieron estos verdaderos ilustres del medio para permanecer tantos años frente a la radio platea del aire? ¿Cómo lograban hacer verdaderos éxitos haciendo gala de la educación y las buenas costumbres? ¿Cómo hicieron para conquistar audiencia, sin insultos a sus compañeros, sin exabruptos? Todos ellos marcaron verdaderos hitos en la historia de la radiotelefonía argentina, sin golpes bajos hacia el oyente.
El 27 de Agosto, quienes hoy, vaya a saber por qué extraña razón, esgrimen peligrosamente la más sensible arma que gestará el hombre, el micrófono, recordarán la ya redundante historia de la azotea.
La radio, fue y es mucho más que el Coliseo. Por años, verdaderos profesionales en todas las gamas, responsables del arte de la palabra, solazaron a millones de oyentes que los recuerdan como ilustres hacedores de espectáculo.
¿Por qué, desde los años noventa, los locutores han perdido el espacio que tradicionalmente ocuparon? ¿Por qué ese espacio en las principales emisoras del país lo ocupan personajes de poca monta, groseros, irrespetuosos, de vocabulario procaz e insolente? Me duele y mucho, ver a eximios profesionales mendigando un espacio en radios ilegales. Me asusta la pasividad de la Sociedad Argentina de Locutores, al permitir que año a año egresen jóvenes locutores que terminarán odiando a la profesión que soñaron desde pibes, porque no tendrán acceso al trabajo que merecen. ¿Cómo se pueden sentir en sus ánimos quienes estudiaron tres años con sacrificio en pos de una profesión digna y escuchan a algunas vendedoras de placeres, expresar con liviandad: "¡¡¡ sí, hacer radio es divino, nunca imaginé estar frente a un micrófono!!!"?
¿Puede la sociedad argentina abrigar alguna esperanza en la nueva ley, que erradique a estos personeros de la mala educación, y nos exima de tamaña afrenta?
¿De qué nos sirve pregonar una mejor educación de nuestros niños si a cualquier hora en radio se habla igual o peor que en la calle? ¿Puede un padre luchar para que sus hijos estudien en procura de una profesión si estos hacedores de la desvergüenza enquistados en los medios enaltecen a quienes se prostituyen y se perpetúan como ídolos por el camino fácil y equivocado?
Señores radiodifusores ¡¡¡basta, por favor!!! No ofendan más a la radio, la radio debe ser un servicio, con espectáculo, cultura y educación. Ustedes quedarán en la historia, junto a sus operadores de la hostilidad verbal, como los responsables de la degradación social a la que nos exponen con sus denigrantes contenidos.